Juan Marcelo Rodriguez
Segundo Premio Certamen «El Gral Manuel Belgrano y nuestra enseña Patria»
El impío sol, con su cruel llamarada, hervía los cuerpos del tropel en esa siesta de diciembre de 1810. La humedad se aliaba deshidratando aún más los ánimos exhaustos. La caravana de carretas, con artillería diversa, marchaba cuesta arriba a ritmo tardo cargando su desidia por la refinada tierra colorada. Un centenar de caballos enjutos alzaban a granel un torbellino rojo de fastidio y desazón, emergiendo de sus entrañas 600 soldados calcinados con intactas esperanzas de libertad e independencia en el ignoto porvenir. A su paso, la silenciosa y tupida selva los asechaba con sus peligros, arrojando en las fatigadas retinas una red de pavor y misterio.
La expedición había zarpado desde Buenos Aires al mando del Coronel Manuel Belgrano. Fue enviada por la Primera Junta de Gobierno con el fin de adherir a la Provincia del Paraguay al movimiento revolucionario, meses atrás proclamado en Cabildo Abierto. En la cima de la serranía el sargento José Machain se acercó a Belgrano y se reportó entusiasmado.
—Parte para mi Coronel. Según los baqueanos, pasando ese arroyo ya estaremos pisando Nuestra Señora de la Candelaria.
—¡Qué buena noticia sargento! —respondió visiblemente aliviado el Coronel.
Llevaban una semana marchando desde su última posta en Yaguareté Corá. Los hombres y animales necesitaban descansar y alimentarse. Candelaria era la Capital de las Misiones Guaraníes, allí se acantonarían antes de cruzar el Río Paraná con destino a Paraguay.
El Coronel Belgrano, abogado, periodista, economista y vocal de la Junta de Gobierno, no conciliaba el sueño cavilando en una estrategia para avanzar exitosamente sobre tierras hostiles paraguayas y sembrar, con sobrada experiencia, la semilla de la revolución. Con el magro reclutamiento de hombres en su viaje, necesitaba imperiosamente sumar más adhesiones patriotas a las filas. Con ese objetivo, convocó a su campamento al cacique guaraní Marangatú, reconocido líder y guerrero de los pueblos originarios. El cacique aceptó el encuentro pero solicitó hacerlo a orillas del río Paraná, en zona selvática, para que los espíritus estén presentes acompañando sus decisiones. Belgrano, hábil diplomático, aceptó la propuesta y sus laderos eligieron para el cónclave la acogedora sombra de un frondoso sarandí lindante a una corredera. Sentados en troncos de árboles nativos abatidos por los temporales, Belgrano inició el diálogo presentando sus antecedentes.
—Mi nombre es Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, y al igual que tu linaje, nací contemplando un río, un espejo de agua ancha, profunda y turbulenta: el Río de la Plata. No soy militar, mi vocación nunca fueron las armas, pero estudiando Derecho en España oí hablar de ellas en un histórico levantamiento que los franceses llamaron “revolución”, donde el pueblo supo demoler la monarquía absolutista. Ese mismo espíritu de rebeldía cruzó el mar en mis valijas, habita en mis pensamientos, mi corazón y mi pluma. Participé activamente en el Cabildo Abierto del mes de mayo que logró cambiar el régimen de gobierno colonial, un sistema opresor, despiadado e injusto. Necesitamos ser libres y declararnos independientes de toda dominación extranjera, forjar nuestro destino y unir nuestros pueblos bajo una forma de gobierno más participativa. La vida es nada si la libertad se pierde y el camino que iniciamos hacia ella es irreversible. Sepa usted que sirvo a la patria con honor y sin otro objetivo que verla constituida, ese es el mayor anhelo al que aspiro. A su pueblo guaraní, heredero de estas tierras, lo considero un pilar fundamental y fundacional. Necesitamos hoy de su experiencia guerrera para continuar la expedición militar al Paraguay, presentarnos con un ejército imponente y avivar el fuego libertario.
El aborigen lo escuchó atentamente. Su mirada era fija como la de un ave rapaz. Portaba en su cabeza una corona trenzada con hojas de pindó. Su cuerpo era depositario de docenas de cicatrices cinceladas en los enfrentamientos con los bandeirantes, atroces esclavistas lusitanos. Con voz potente él también se presentó.
—Soy el cacique Marangatú, descendiente de mburuvichá Urutaú, recordado líder guaraní. Soy hijo de la Tierra sin Mal donde el agua grande salta libre y siembra la vida a su paso, donde vuela libre el colorido tucán convocando con su grito a las almas sagradas, donde corre libre el temible yaguar custodio perpetuo de todos los guerreros. Desde tiempos ancestrales los espíritus de la selva han animado a hombres, animales, árboles y ríos en su permanente peregrinar por esta vida terrenal. Pero ese libre equilibrio fue irrumpido, según cuentan los ancianos, cuando hombres con armaduras brillantes invadieron, asesinaron y esclavizaron a nuestros pueblos sometiéndolos a las penumbras del dolor. En plena agonía Tupá Dios nos envió un aliado: los religiosos jesuitas. Junto a ellos oramos, aprendimos a organizarnos en reducciones y a cultivar el arte de la guerra para defendernos. Hoy seguimos luchando contra el invasor lusitano y preferimos morir con honor en batalla antes que morir como débiles esclavos.
Belgrano, sorprendido y admirado por las palabras cargadas de pertinencia, religiosidad y valor, erigió su cuerpo, extendió su mano derecha y exclamó.
—¡Tu enemigo es mi enemigo! Hoy todos somos uno y la patria nos convoca. Para que nuevamente puedan transitar en estas tierras sin invasores, libres, organizados y en paz, debemos amalgamarnos en armas y bregar por un futuro promisorio, justo, digno e inclusivo.
El cacique, de permanente trato con los criollos, extendió su mano derecha y apretando la de Belgrano respondió.
—¡Tu enemigo es mi enemigo! Por pueblos libres, independientes y en paz nuestros guerreros acompañaran tu expedición al Paraguay.
Después de este saludo el ruvichá de los guaraníes se retiró. El Coronel se quedó en soledad contemplando ese majestuoso espejo líquido peregrino, celeste y blanco, reflejo del cielo infinito donde un águila harpía surcaba tortuoso hacia la otra orilla. Celeste y blanco… colores inspiradores bendecidos por la mirada libertaria de Manuel Belgrano. Sin dudas, los pensamientos de una enseña bicolor, abrazaron su génesis en la Tierra sin Mal.
Nervioso el crepúsculo empujó insistentemente al astro rey para que apresurara su letargo. Murmuraba el río en sus correderas carraspeando sus límpidas aguas contra las piedras, ensanchando el remanso para descansar una noche más cobijando a las estrellas. La fatigada selva bostezaba desánimo, perdía el sonido diurno mientras las sombras constrictoras abrazaban su follaje impenetrable.
Esa noche Manuel Belgrano pudo conciliar el sueño. Pero antes de pernoctar tomó su pluma, la cargó de alborozo y tinta, y escribió una carta a la Junta informando los avances de la expedición. Sus últimos párrafos reflejaron la humildad de un verdadero hombre ilustre: “hoy estuve cara a cara por primera vez con una estirpe valiente, de cabal bravura, excelso coraje y entrañable espiritualidad: los hermanos guaraníes. Con sus legiones avanzaremos a pasos firmes. Quien suscribe, no busca ni buscará jamás gloria en sus acciones, sino la unión de los americanos y la prosperidad de nuestros pueblos. Dios nos guíe a la victoria. ¡Viva la Patria!”