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El regalo

Por José Pereyra

Su fiesta había terminado. Miró el patio desordenado, las mesas con los cubiertos sin levantar, restos de comida, botellas vacías, un paisaje totalmente distinto al que normalmente estaba habituado.
Sus amigos fueron despidiéndose de a poco y debía comenzar la tarea de dejar todo impecable. Una suave melodía, que aún se escuchaba del equipo de música, le generaba una rara sensación de bienestar y preocupación a la vez. No quería acostarse sin dejar todo limpio, luego, con seguridad, dormiría todo el día.
Corrió el mantel y los cubiertos de una de las mesas y se sentó sobre ella, descansaría un ratito y de paso, desde allí observaría por dónde empezar.
La casa era lo bastante grande como para albergar a sus amigos, una veintena en total y no faltó nadie. Algunos lo eran desde los años juveniles, otros más recientes, pero toda buena gente, como solía decir.
No hacía un año desde que había decidido vivir solo, su última pareja no fue una buena experiencia por lo que alquiló esa amplia casa céntrica, casi nueva, donde a decir de los vecinos no duraban los inquilinos y que por suerte la encontró a un precio razonable para su economía. Y fue a vivir solo, una forma de decir, pues siempre estaba rodeado de amigos.
Había sido una hermosa noche de emociones y reencuentros. Rieron, cantaron, comieron y bailaron, en fin, una noche que valió la pena invertir para festejar un año más.
Ahora, en soledad, pensaba en lo vivido. Cerca de la mesa había una gran caja con los regalos que había recibido. De un salto se acercó a ella y comenzó a abrirlos. Bebidas importadas, perfumes, una bufanda y un “voucher” para un tratamiento capilar entre otras cosas. Se emocionaba al leer las dedicaciones y agradecía por los amigos que tenía.
Una cajita negra le llamó la atención, sin nombres ni dedicatorias. No recordaba haberla recibido y por más que se esforzaba, no recordaba a nadie que la haya traído.
Con mucho cuidado quitó el envoltorio negro y la abrió, un agradable perfume de mujer surgió del interior, aspiró profundamente e imaginó a su dueña. Adentro una nueva cajita con una pequeña tarjeta que decía: “Alguna vez, siendo jóvenes, te hice un regalo que nunca usaste”.
Perplejo, pensó en la broma de alguno de los amigos.
Abrió la nueva cajita y adentro otra más. Una nueva tarjeta en letra muy prolija decía: “Quiero estar contigo por primera y última vez”.
Observó hacia todos lados por si alguien lo estuviese mirando, pero nada. Rápidamente abrió la otra cajita, pensando que era la última. Pero no, aún quedaba otra con un nuevo mensaje: “Perdón, pero esto nos debíamos”.
Ansioso abrió la otra caja, por fin, era la última. Dentro de ella una llave antigua con una nota que decía: “En cierta manera debes abrir, pero el hechizo se esfumará antes del amanecer”
Miró la llave sin entender, pensó que sería un adorno. Se tiró un rato sobre la reposera pensando en cada frase… ¿Quién habría sido?, ¿Por qué se esfumaría el regalo? Estaba convencido que le habían hecho una broma, así que dejó todo allí y se decidió a limpiar.
Comenzó a guardar los regalos. Las botellas las llevó a la cocina y los otros regalos al dormitorio. Y allí lo vio, del picaporte de la puerta colgaban unas cadenas junto a un antiguo pero restaurado candado.¿Qué me hicieron? – pensó instintivamente-. ¿No habrán trabado la puerta?, ¡Qué bronca!
Pero el candado simplemente colgaba, por lo que abrió la puerta y se sorprendió. Sobre su cama, muy sensual, ella lo miraba. Las sábanas de seda dejaban percibir su desnudez. Volvió a sentir el mismo perfume inundando la habitación.

– Pensé que no vendrías. -dijo ella-

– ¿Te acordás de nuestro pacto?, seríamos amigos con derechos y nunca lo cumplimos. Tu noche será nuestra noche. -volvió a hablar ella.

– Pero tú no habías…. -Intentó decirle-

– Shhhhhh, calla y ven. -Le interrumpió ella-
Se acostó a su lado y se abrazó a ella, cerró los ojos y el amor los envolvió.

Afuera seguían las mesas desordenadas, los cubiertos sin levantar y los restos de una noche de fiesta.
Los ladridos del perro lo despertaron, sentía los rayos del sol sobre la cara. Se levantó de la reposera sin comprender que hacía allí. Miró hacia donde estaban los regalos, varias cajitas lucían desordenadas sobre la mesa.
Se dirigió al dormitorio. No había ningún candado en la puerta.
Entró y vio su cama sin hacer…encima de la almohada la llave y una rosa roja con la fragancia que lo había impresionado. Una tarjeta decía simplemente: “Gracias…estoy en paz”