La bruma empezaba a levantarse como una capa blancuzca sobre la superficie del río Hutok, como siempre lo hacía al despuntar el alba. A la orilla, se encontraba un individuo que sumergía su mano izquierda en forma de cuenco para llevarla después a la boca y probar el frío sabor del agua dulce a esas horas de la mañana. Con su bastón en la otra mano se ayudó para levantarse y mirar el esplendoroso paisaje que develaban sus ojos. Aspiró profundamente y sintió esa relajante brisa que entraba por las fauces de su nariz, animándose a decir para sus adentros:
«Esta vez, no vendrán». Y suspiró aliviadamente.
Pero, a medida que las nubes grises empezaban a agruparse desde el sur, opacando el reciente amanecer, Sabio se volvió entre sus pasos y corroboró la amenazante tormenta que se avecinaba. «Con ella vendrán los Úculos», se dijo; seres del otro mundo, deseando cobrar venganza por lo que había pasado en otros tiempos.
Sabio lo sabía y no perdió tiempo en dirigirse a la aldea para juntar sus cosas y sacar el bastón de la eternidad, único elemento que lo protegería de ellos.
La rapidez con que se movió fue verdaderamente sorprendente para sus largos años de vida. A medida que sus pies trepaban las rocosas superficies de la pequeña pradera que mediaba su hogar, sintió correr por su cuerpo un escalofrío sin igual provocado por el caluroso viento que formaba lenguas de fuego, mientras él se acercaba a su vivienda.
Los negros nubarrones terminaron de tapar la claridad reinante del lugar en escasos minutos. Sabio llegó hasta su hogar, abrió la puerta y tiró el tronco de madera que lo ayudaba para desplazarse de un sitio a otro. Abrió el baúl de los encantos y sacó su arma predilecta; luego juntó sus pertenencias y al cabo de un tiempo, empezó a escuchar los gritos guturales provenientes de los abismos. Al salir, la oscuridad lo tapó por completo y las risas de los Úculos se percibían por todos lados. Sabio no perdió el tiempo, con el bastón de la eternidad empezó a trazar un círculo alrededor de él para que los espectros no entrasen y se mantuviesen fuera de la línea sagrada.
―Ahora sí, bestias del mundo oscuro, pueden venir cuando quieran. ―Desafió a todos, alzando los brazos y mostrando su arma.
―No te servirá de nada Sabio, ya hemos traspasado tu mundo, no te diste cuenta de ello. ―La voz ululante venía de apenas unos metros de donde él empuñaba el bastón, clamando la presencia de sus ancestros para que lo protegieran.
―¡Vengan bichos de la esfera donde nada crece, vengan! —rugió Sabio, sin saber que los Úculos ya habían traspasado el círculo y se encontraban al lado suyo.
«¿Cómo es posible?», se dijo Sabio, esto no puede pasar.
―¡Tú nos abriste la puerta para que entremos! Hemos arrojado la noche anterior nuestro brebaje hechizado por los magos oscuros sobre tu río Hutok, y tú lo has probando hoy.
Las risas de los Úculos resonaban por todo el lugar y con cada paso que daban borraban la línea circular que el anciano había creado. Dejaban entrever, en la multitud de esos putrefactos cuerpos, solo los brazos en alto de Sabio que seguía sosteniendo su bastón, ya de un color oscuro y sin esplendor alguno. Lo último que se escuchó en aquel tenebroso sitio fueron los desgarradores alaridos de Sabio, clamando por su vida.
Autor: Javier Enrique Quintana – Libro: Están Aquí