Novela inédita de Gonzalo Herrera
Será de ahora en más, que la vida está por tomar otro rumbo para Joan. Va a conocer a quien será su esposa.Se dio el encuentro del modo más inesperado y simple como siempre sucede con los caprichos del Destino.Cerca del mediodía, pasó por el almacén de Aurelio con la intención de comprar tabaco. Al entrar al negocio, se cruzó con una señora que iba acompañada por una simpática joven, llevando cada una de ellas, sendas bolsas de provisiones. No tardó Joan en ofrecer gentilmente su ayuda.-Disculpad, señoras, permitidme ayudaros con vuestros bártulos, -no pudo la señora ocultar su sorpresa al escuchar el acento peninsular del inesperado voluntario-.-Pues así es, mi estimada señora… ¡De Barcelona, catalán y anarquista! -¡Oh! -fue en aumento el asombro de la dama, ante esa espontánea confesión ideológica de Joan-.-Disculpe usted, no sé qué decir, buen hombre…-Joan, Joan Ferrandís, para servirle a usted, -remató su presentación con una leve reverencia-.Algo turbada, la señora también se presentó:-Ss… soy María Pilar Cerviño de Eiras Castro y ella es mi hija Nuria, somos de Ourense, Galicia, -después que su madre la hubo presentado, saludó la niña con una gestualidad propia de una bailarina clásica-.-Mucho gusto, señoras, aguardadme un momento, por favor, -se acercó al mostrador, pidió dos cajetillas de Barrilete negros, dándose de inmediato a la prometida ayuda-.Doña María Pilar se preocupó en advertir a su compaisano del peso de las bolsas con provistas y el trayecto a recorrer hasta la casa. Joan la tranquilizó con que, el esfuerzo físico en su trabajo, es cosa de todos los días.Emprendieron la caminata conversando animadamente.Evocaban anécdotas y vivencias de tiempos idos, añoraban los paisajes de sus provincias, una al este y la otra al oeste del norte de España, ahora tan lejanas de ellos, en tiempo y espacio. -Bien. Hemos llegado. Muchas gracias, señor Ferrandís. verá usted, este es nuestro almacén de ramos generales, antes era más pequeño. Nosotros vivimos en el piso de arriba.
Aunque modesta. mostraba ser una buena construcción en su conjunto, tanto el local comercial como la vivienda en altos.-¡Ah, caramba…! No podía creer Joan haber acompañado con su servicial ayuda, nada menos que a la dueña de uno de los comercios más conocidos de Concordia por aquellos años.-Pero venga, no se quede usted ahí, lo invito a tomar té, café o lo que guste… -se disculpó el hombre ya que, debía completar su jornada de trabajo, previo paso por la pensión, doña María pilar sugirió entonces, pasar el convite a la hora de la cena. Se despidieron, acordando el encuentro. Nuria y Joan cruzaron sugestivas miradas. Si Cupido no había disparado aún la flecha, al menos comenzó a tensar la cuerda del arco.
Parco en conversar con sus vecinos del hostal estuvo Joan durante el almuerzo. no llamó mayormente la atención su silencio ya que el hombre no era de hablar demasiado. Así, ensimismado, pasó buena parte del día. Motivo de sus cavilaciones fueron, el presentimiento de un posible noviazgo con la joven Nuria y cómo habría de plantear el asunto a Ramona, llegado el momento. Si bien ella no había insinuado siquiera blanquear la oculta relación, esto es, dejar a su esposo para unirse de hecho con Joan, este sentía un íntimo temor a que la mujer se lo propusiera, tiempo más o tiempo menos.Pensó detenidamente, concluyendo en que aquello era una remota posibilidad. Por no decir imposible. Se dan aquí dos aspectos a tener en cuenta y no son menores. El primero de ellos es que la pacata sociedad de entonces, hubiese lapidado a la señora, -metafóricamente hablando- por abandonar a su familia para juntarse ya explícitamente, con Joan. El segundo, muy relacionado con el anterior punto de vista, es la diferencia de edades. Doña Ramona es por lo menos seis años mayor que su amante. Caería sobre ella el generalizado repudio pueblerino; ni que decir de la reacción de su esposo y de su hijo. Sin exagerar, la repulsa de ellos desencadenaría en un inevitable drama familiar con impensable desenlace digno de ser publicado en la página de noticias policiales.Cuando se dio cuenta, le sorprendió la hora de retirarse del trabajo. Ordenó las herramientas utilizadas, registró su salida y apretando el paso, se dirigió hacia la pensión.-Buenas tardes, señora, -remarcó el tono neutro en el trato ante la presencia del esposo de Ramona- no cenaré aquí esta noche, estoy invitado a lo de los Eiras Castro.
Pude observarse en los presentes, una mal disimulada extrañeza, al escuchar la disculpa de Joan.Se retiró a su cuarto, se acicaló como para la velada en ciernes, vistiendo con lo que pudo encontrar en su no muy surtido vestuario.-¡Joder, saben que soy un proletario, así que no esperen de mí, mejor facha que esta! -pensó-.
Salió camino del encuentro con los anfitriones, calculando el tiempo exacto como para llegar a la hora convenida e impresionar con su puntualidad.El golpear del llamador, retumbó dentro de la casa. Un tenue rumor de pasos como de alguien bajando las escaleras, pudo percibirse en aquel calmo anochecer. Fue Nuria quien abrió la puerta, recibiendo al invitado. Joan la saludó besándole la mano en caballeresca actitud y le entregó un ramo de rosas rojo intenso.-¡Oh…! ¡Qué hermosura! ¡Gracias, señor Joan! A mi madre le van a encantar, ella ama las rosas rojas…-¿Y tú, Nuria?¡Ahh…! -suspiró ella, por toda respuesta- pero vamos, mis padres le aguardan a usted.Mientras subían, Joan contemplaba el andar armonioso de la joven al desandar cada peldaño.Doña María Pilar salió al rellano a recibir a la visita, viendo admirada, el ramo de rosas que traía Nuria.¡Qué belleza de rosas! Pero señor Ferrandís, ¿por qué se ha molestado usted…?-No es molestia alguna, estimada señora, verá cómo ellas engalanan y nos alegran la reunión.-¡Gracias! es usted muy gentil… -fue la señora en busca de un jarrón con agua donde poner las flores. Volvió con el jarrón… y con su esposo.-¡Ven, Manuel! Te presento al señor Ferrandís, de quien te hablé.-Manuel Eiras Castro, para servir a usted.-Joan Ferrandís, del mismo modo.El señor Eiras Castro es un hombre de unos sesenta y algo de años, no muy alto, trigueño, cabello castaño entrecano, amplia frente, ojos también castaño oscuro, de mirar profundo, a la vez calmo; toda la estampa de un hombre de trabajo, lo que no le impide trasuntar un cierto aire hidalgo. Vestía para la ocasión sencilla ropa de todo andar, rematando con un lindo chaleco de hilo color habano, tejido por las hábiles manos de doña María Pilar.A pedido de don Manuel, Joan se ubicó a la derecha de la cabecera de una mesa de rústico estilo, pero construida con muy buen gusto. las sillas, ocho en total, de igual manufactura, lucían artísticos arabescos tallados en la aparte superior de sus respaldos. Se abstuvo el invitado de preguntar al señor dela casa si el mobiliario era obra de él ya que, a poco de observar, daba por sentado. Promediando la cena, en la que degustaron un típico manjar de Galicia, -lacón con grelos, bien acompañado de un amable vino de bordalesa- Joan, ya distendido,en confianza y algo «entonado», recreó su conocida historia de vida desde que llegara a puerto de Buenos Aires, luego de la apresurada partida de Barcelona, traídos por su padre, él y Xavier, hermano mayor de Joan. Ahora ambos, padre y hermano, están radicados en la provincia de Buenos Aires. No faltó en su relato la mención a los dramáticos días de aquella «Semana Trágica» del siete al catorce de enero de mil novecientos diez y nueve, cuando era él uno de los trabajadores de los funestamente célebres Talleres Vasena, en donde se gestó una huelga generalizada en pos de justas reivindicaciones para los trabajadores del gremio metalúrgico y los de otras industrias. Instigados por la patronal, una autodenominada «Liga Patriótica Argentina»; mercenarios rompehuelgas; grupos policiales y parapoliciales, con apoyo de efectivos del Ejército, arremetieron con saña criminal sobre los obreros, -el «pobrerío», como les decían los «pitucos» de entonces- en una brutal represión, deteniendo, torturando y asesinando a cientos de personas. La pueblada no se hizo esperar. Joan casi se quebró al recordar, emocionado, el funeral de los trabajadores muertos por las hordas represoras, cuando estas cargaron contra los pobres deudos que, en el cementerio de Chacarita, sólo querían dar cristiana sepultura a sus finados. Se reanimó y, un tanto ufano, contó cómo salió escapando del Camposanto, llevándose al dirigente gremial Luis Bernard, mentor de la huelga, ocultándolo en su casa para enseguida, seguir huyendo hacia donde pudo, yendo de un pueblo a otro, llegando finalmente a Concordia donde fijó residencia. Nuria seguía la narración de Joan con mirada muy atenta. En esa muy atenta mirada, dejaba notar un cierto destello de admiración. Por momentos, algún sutil gesto, sugería en ella un sentir aún más profundo. El hombre no quedó ajeno a esto.La velada no se extendió mucho más allá de la cena ya que, los anfitriones y el invitado, gente de trabajo todos, debían madrugar.Unos atendiendo su almacén, el otro, sus tareas en los talleres del Ferrocarril Mesopotámico. Al despedirse, Joan agradeció las atenciones recibidas. Doña María Pilar pidió a Nuria acompañar al visitante hacia la salida. Bajaron la escalera como habían subido, Joan escoltando a Nuria. Abrió ella, dándole paso al hombre.Cuando este quiso saludar a la joven en galante actitud como había hecho al llegar, ella se adelantó besándole cálidamente. La semioscuridad reinante impidió ver a Nuria encendida de rubor.-Tenga usted buena noche, Joan.-Buena noche, Nuria… -alcanzó a decir mientras ella, suavemente cerró la puerta, quedando Joan en la vereda, gratamente sorprendido.
De regreso, llegando a la pensión, vio a un hombre sentado en el umbral de la entrada y fumando. Lo reconoció al acercarse y pedir que le cediera el paso. Era Juan Jerónimo. Se puso de pie.-Buenas noches. Mire, vea, quiero hablar con usted, -el tono con que se dirigió al recién llegado, tenía muy poco de amistoso-.Usted se llama «Yoán», ¿no es cierto?? -preguntó con la misma rudeza-.-Así es. Joan Ferrandís, un servidor.-Buen, -miró al interior de la casona por si había alguien cerca y escuchando- le pregunto bien, ¿qué usted tiene con Beatriz, mi mujer??-¿Beatriz?? pues verá buen hombre, los pensionistas de aquí, le conocemos como doña Ramona… Y me sorprende usted.-No se me haga el «longhi». O me va a decir que no sabe que mi señora también se llama Beatriz??-Para nada. Pero… ¿por qué me interpela usted de esa manera?Quedaron ambos en silencio. Joan deseaba que la tierra le tragase. Trataba de ocultar lo mejor posible, el sentimiento de culpabilidad ante las suspicaces insinuaciones del marido de doña Ramona. Joan permaneció calmo, imaginando con qué zafar del incómodo trance. Juan Jerónimo volvió a mirar dentro de la casa.-Resulta, «señor», que mi mujer, lo nombra a usted cuando duerme…-Ha de ser porque le debo el pago del alojamiento,-se apuró a mentir- y si usted me permite, quisiera retirarme a dormir, mañana debo trabajar, pase usted buena noche.-¡No tanto apuro, no tanto apuro, mi querido amigo, no tanto apuro!! mire vea, que no me vaya a enterar de nada raro de usted con mi mujer porque, ¿ve esto? -mostró la empuñadura de guampa labrada del cuchillo asomando en su cintura- ya me «cargué» a uno allá en el Sur, no tengo ningún problema de «cargarme» a otro acá ¡y que le quede bien claro!! ¿me oyó??-No creo que haga falta… -con frialdad inusitada, respondió Joan a la amenaza de Juan Jerónimo-. El otro quedó pasmado ante la reacción de Ferrandís, paréntesis aprovechado por este para poder trasponer la entrada al recibidor y de ahí, ir derecho a su habitación.Le llamó la atención ver luz a través del cortinado en la ventana del cuarto. Al entrar, pasó de la curiosidad al asombro por cuanto se encontró con Horacio, el hijo de Juan Jerónimo.-Hola, don, perdone… resulta ser que mi vieja me ubicó aquí… es hasta después de fin de año, ¿vio? cuando yo y mi viejo nos volvamos p’al Sur-No tiene de qué disculparse, esté usted cómodo; si gusta de leer, ahí, en esa repisa tiene para elegir. Y aprovechando de su presencia aquí, desearía hablarle de su señor padre… recién le vi. Parece no estar él de muy buen talante, no me trató con mucha amabilidad, que digamos.-Y… sí, le pido que lo perdone… eso de irse a trabajar tan lejos, no es fácil, ¿vio?… ¡y qué se le va a hacer! encima el viejo se chupa unos tragos y se pone muy pesado… -¡Ah, sí! Ya me di cuenta de eso… fíjese usted, yo también bebo y sin embargo, no ando por ahí, amenazando de muerte al que se me cruce… pero disculpe usted, yo no soy quien para…-No es nada, don… usted no tiene la culpa… es así nomás…Mientras se aprestaba al descanso, se dio cuenta de porqué Ramona Beatriz lo censuraba cuando bebía en exceso.-Hasta mañana, joven. Que duerma usted bien.-Buenas noches, don.