Novela inédita de Gonzalo Herrera
Las furtivas visitas de doña Ramona a la habitación de Joan se sucedían, no con mucha frecuencia, tratando de mantener por tácito y común acuerdo, una discreta reserva. A partir de esos íntimos encuentros, habían entrado ellos en mutuas revelaciones y confidencias. El hombre contó su historia de cómo el padre tomó la drástica decisión de emigrar, trayéndoles a él y a su hermano Xavier antes de que pudiera alcanzarle la leva de reservistas, decretada por el primer ministro Antonio Maura y Montaner, con intención de enviar cuarenta mil efectivos a resguardar las posesiones españolas en Marruecos. Tal arbitrariedad, en consecuencia, derivó en una brutal represión al reclamo popular en Barcelona desde fines de julio a principios de agosto de mil novecientos nueve, período conocido en Cataluña como «La Semana Trágica», Joan viviría después, el correlato argentino cuando fue obrero de los Talleres Vasena. De su lado, la señora confesó ser casada; el esposo y su hijo están trabajando en las obras relacionadas con una incipiente explotación de yacimientos petrolíferos allá, en el lejano Sur. El año anterior, el marido estuvo de visita por unos días, en ocasión de las fiestas de fin de año, regresando, pasadas las celebraciones, a su lugar de trabajo y obligada residencia. Más que de su matrimonio, la mujer relataba de cómo se vio ella al morir su padre, de quien recibiera por única herencia, la casa y deudas acumuladas, debido a la prolongada enfermedad de aquél. El entonces pretendiente de Ramona, -varón este, de poco afecto al trabajo y muy dado a la bohemia orillera- creyó ver detrás de la importante casona de su prometida, -ahora devenida en casa de pensión- una no menos importante reserva de circulante a compartir con ella, matrimonio mediante, claro está. Fue durante la luna de miel que el hombre se dio de lleno con la dura realidad. La joven Ramona, en el transcurso de esa dulce intimidad nupcial, puso al tanto a su desposado, sobre cuál era el verdadero cuadro de situación con la herencia, asunto que fue, -fingiendo no dar mucha importancia- aceptado per aquél. Tuvo que ponerse a trabajar. No tenía más opción.
Los días fueron sucediéndose con la calma de aquellos tiempos, sin grandes sobresaltos, en esa bella ciudad con vista al río donde sus habitantes sacudían esporádicamente la rutina con alguna función cinematográfica en el Teatro Odeón o la puesta en escena de alguna obra de las que allí se representaban, ya sean clásicas; contemporáneas o bien, sainetes de noveles dramaturgos.
Llegó Joan a la pensión, como era su costumbre, sobre la hora del almuerzo. No hizo más que entrar al comedor cuando se le cruzó la dueña de casa.-Dejaron este sobre para usted, -dijo ella con fingida formalidad.-Muchas gracias, señora… -fugazmente, se vio con la seductora mirada de Ramona, preanunciando otra venidera noche pasional.Ya en su cuarto, imaginando de qué se trataba, abrió la carta. Era del jefe de la estación del ferrocarril, citándolo para el día siguiente en sus oficinas. Esa tarde, mostró a su jefe, don Bermúdez, la nota recibida; pidiéndole permiso para salir antes del horario habitual de la mañana. -Mirá, Catalán, haceme un favor, cubrime como chofer de la ambulancia, dos horas y un poquito más esta noche y mañana, vení a la tarde, nomás, -propuso Bermúdez, haciéndole un guiño cómplice. Adivinando de qué se trataba, aceptó de buen grado la propuesta. Ocuparía las horas tempranas para acudir a la estación y, el tiempo restante, en lo que a él mejor le parezca.
El jefe de estación lo recibió tras una breve espera. Se presentaron. El motivo del llamado, era comunicar a Joan la aprobación de su solicitud de empleo. Comenzaría a trabajar el primer día del mes siguiente. Al retirarse de la oficina, contempló el equipo de telegrafía que, junto a un teléfono a magneto, estaba sobre una mesa del despacho aledaño a la jefatura. A partir de entonces, irían dándose cambios en la vida de Joan.
El sábado víspera de su ingreso al Ferrocarril Mesopotámico, en el bodegón de Aurelio, parroquianos y los ya ex compañeros del hospital, agasajaron a Joan con una sencilla cena de despedida. Bermúdez, con «etílica inspiración», improvisó una sentida arenga, seguida de otra, no menos improvisada y sentida, por parte del homenajeado. Su compañero Fermín le entregó un presente. -Abrilo, está firmado por todos nosotros, -era un libro.
SAMUEL MORSE CLAVES Y SISTEMAS TELEGRÁFICOS
Al complacido agradecimiento, siguieron renovados brindis, saludos y promesas de inciertos futuros encuentros. Después, cada cual a su vida. Sí, cada cual a su vida. Y Joan a la suya. Seguiría, como siempre, con su habitual costumbre, alternando el trabajo con las tertulias nocturnas en lo de Aurelio. Las más o menos espaciadas y discretas apariciones de Ramona en su cuarto, quedaban vuelta su rutina, poniendo a sus días el toque romántico anhelado por ambos desde lo más íntimo. La vida tranquila de la época, se deslizaba sin mayores alterativas que las ya conocidas. Vio la primavera encenderse los florecidos lapachos; jazmines y azahares perfumaron con su aroma embriagador las bellas tardes pueblerinas. Y así, fueron llegando, otra vez, los días previos a las fiestas de fin de año. Llegaron estos días y las vísperas de iniciar un año más. Y con estos días también, la previsible visita del esposo de Ramona, Juan Jerónimo, -lleva el mismo nombre que otro músico bohemio del sur de Entre Ríos, virtuoso de la «cordeona»(1); en cambio este era un discreto guitarrista amateur, frecuentador de los bodegones de las orillas en los que sedaba alguna reunión de truco, taba, canto y payada.
La señora se vio obligada a representar un rol de mujer recatada y formal en el trato con su amante secreto. Tuvo que hacer caso omiso a las palpitaciones que sentía cuando cruzaba una mirada casual con Joan, lo que le hacía, sin querer, respirar hondo. Él, de su lado, actuaba o sobreactuaba una indiferencia que, en el fondo, no era tal. Así habrían de continuar, en paréntesis con el oculto romance hasta que el marido de doña Ramona vuelva a su trabajo allá, en el lejano Sur.
(1) «cordeona» Regionalismo litoraleño para mencionar al acordeón.
(continuará)