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El cuadro – prólogo y capítulo 1

Gonzalo Herrera – Posadas – Vocal titular SADE Misiones

PRÓLOGO DEL AUTOR
No pocas veces nos hemos sentido atraídos por construir, escribir una historia, tomando la vida de alguien cercano a nuestro entorno como estructura argumental.No es fácil. Se necesita conocer hasta los más íntimos detalles de ese alguien sobre quien vamos a escribir.Convivir. Esa es la cuestión. Conocer a la persona modelo de nuestro futuro personaje como a nosotros mismos. Es más, aunque se califique de intromisión, ir más allá: indagar, buscar, ir a fondo hasta donde se pueda, incluyendo el árbol genealógico de dicha persona.Cuidando cada uno de los aspectos enunciados, editamos y ponemos a vuestra consideración, esta saga novelística inspirada en una persona real, anónima, la que adquiere notoriedad, al pasar a ser arquetipo del personaje central de esta narración. El Cuadro. El título sugiere una obra de arte. Es así que tenemos una especialmente ligada a los recuerdos de infancia del protagonista y es, a la vez, su primera impresión ante la pintura como expresión artística.No es ajeno a la historia el realizador del lienzo, pese a su breve paso por ella con la carga de misterio que a su vida envolvió.Transitaremos también, por sombríos paisajes como ser, la violencia intrafamiliar a que es sometido el pobre Girondo por un padre alcohólico y golpeador. Su tenaz lucha para superar los traumas sufridos a consecuencia de ello; los años de tortura que le significó vivir cerca de su padre primero para luego, soportar el calvario de la convivencia con su primera esposa, enferma mental sobreviviente de un coma profundo y pasado todo eso, cómo la vida le dio en compensación sobrados motivos de alegría.Finalizando, es nuestro deseo, apreciados lectores, que disfruten de lo que irán descubriendo a través de la lectura de la presente novela.Es así como me pongo, sin más, a cerrar este prólogo que, al decir de Cortázar, «Es la primera página del libro, pero se escribe por último y que, por lo general, muy pocos leen»A nuestro profesor, Rubén Darío Gasparini, a mis compañeros de curso en la SADE Nacional y a todos quienes en todo momento me alentaron, mi total reconocimiento.
Gonzalo Herrera     

CAPÍTULO I

No conocemos a nadie que no haya revisado por curiosidad, más de una vez, el viejo álbum de fotos de familia, contemplando a desconocidas – conocidas personas de su entorno y que, el paso del tiempo dejó en ellas semejantes cambios en su aspecto al punto de no poder creer que ese joven pintón de la foto sea el tío Atilio, por ejemplo. Así como el implacable correr de los años, ha vuelto de un tono sepia al original blanco – negro de la emulsión fotográfica de entonces, tenemos hoy ante nosotros, a un tío calvo y obeso.Hasta la casa de quienes vamos a compartir su historia de vida, ya no es la misma de pasadas décadas desde que decidieron reemplazar la antigua y humilde ventana del frente, por un amplio ventanal con plantera incluida, mejorando la vista general de la antes aburrida fachada.Bien, con la visión puesta desde otra perspectiva, es algo parecido cuando empezamos a ver, a pesar del sepia que el tiempo se ocupó de poner en las fotos, cómo van surgiendo ante nuestra sorprendida mirada, otros detalles en las imágenes, los cuales, en su momento, no habíamos observado detenidamente y los años fueron revelando.Ya no se trata de imágenes instantáneas. Son vivencias y episodios que, pasados los años, descubrimos, vemos en ellos otras formas, contornos y matices.Sirva como ejemplo lo que sucede cuando se revela material fotográfico. Lo impreso cobra nitidez en función del tiempo.
Los Ferrandís, nuestros vecinos pared de por medio, eran lo que quienes manejan la alta política denominan «familia tipo», a saber: don Joan, doña Nuria y sus hijos Ernést y Girondo. El viejo Ferrandís, es un catalán bastante mal llevado, venido de España allá, por mil novecientos nueve, siendo aún adolescente. Su padre tomó la decisión de emigrar a Argentina debido a la zozobra ocasionada por los sucesos acaecidos en Barcelona y otras ciudades de Cataluña, entre el veintiséis de julio y el dos de agosto de mil novecientos nueve. El desencadenante de aquellos violentos acontecimientos, fue el decreto del primer ministro, que ordenaba el envío de tropas de reserva a las posesiones españolas en Marruecos, que se habían vuelto, tanto política como militarmente, inestables y débiles; siendo la mayoría de los reservistas, jefes de familia de la clase obrera, humildes trabajadores, único sostén de no menos humildes hogares. El padre de Joan Ferrandís, era uno de ellos.Nunca supimos por qué dejó en España a su esposa y los otros hijos del matrimonio.Doña Nuria, mujer humilde y sumisa ella, la hija menor de otra familia de inmigrantes, llegada también desde España, -Galicia, más precisamente- que se radicó en la fronteriza ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos. Allí arrendaron una parcela de tierra muy productiva que por años cultivaron, sobreviviendo al principio; agregando tiempo después al quehacer rural, la actividad comercial, abriendo un pequeño almacén de ramos generales conocido como «de los Eiras Castro», (firma ésta que cerraría sus puertas en 2018, resultado de una nefasta política económica que dejó desprotegida a la pequeña y mediana empresa).
Los Ferrandís habían llegado a puerto de Buenos Aires, estableciéndose, poco después en Duggan, cerca de San Antonio de Areco. Lograron comprar allí una chacra con unos ahorros que traían. Xavier, hermano mayor de Joan, quedó como propietario de esa finca por mandato del padre, quien abrió una talabartería y soguería en Areco, mientras que Joan se conchabó en los tristemente conocidos Talleres Vasena. Duró en ese empleo hasta los nefastos días de «La Semana Trágica», nombre éste que la Historia da a la represión y masacre sufrida por el Movimiento Obrero Argentino, en la que fueron asesinadas cientos de personas en Buenos Aires durante los días que van desde el siete al catorce de enero de mil novecientos diecinueve.Transcurría el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, que había perdido totalmente el control de la situación. El conflicto se originó a raíz de una prolongada huelga en dicha fábrica metalúrgica, en reclamo por mejores condiciones laborales. El enfrentamiento escaló, impulsado por la intransigencia tanto patronal como de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina); del V Congreso de Tendencia Anarquista así también, del accionar violento de rompehuelgas, lo que desató la represión abierta por parte de grupos parapoliciales, amparados por el gobierno, la policía y el Ejército, asesinando, deteniendo y torturando a miles de personas, mientras que la ciudadanía respondió con una pueblada generalizada. Según la Historia Oficial, la represión sufrida por los obreros de la fábrica metalúrgica Talleres Vasena, fue con el objetivo de neutralizar y desarticular un presunto movimiento extremista anarco – comunista venido desde Europa, con intenciones de atentar contra «el estilo de vida argentino», -lugar común éste que, en el futuro, serviría para justificar, desde el Poder, otros crímenes y atropellos en distintos momentos de la dolorosa Historia Política Argentina, llegando así, medio siglo más tarde, al peor y más abominable: el «Proceso de Reorganización Nacional», que asoló a la Patria entre mil novecientos setenta y seis y mil novecientos ochenta y tres.
Volviendo en el tiempo… Milagrosamente, Joan pudo escabullirse de aquella sangrienta refriega y a la carrera abandonó Buenos Aires. Iba de un pueblo en otro, a salto de mata como si estuviera huyendo. Ciertamente, lo hacía. En cada etapa de su azaroso camino trabajaba, la más de las veces como mecánico, gracias a la experiencia laboral adquirida en ese oficio mientas estuvo empleado en la metalúrgica Vasena. A sus ocasionales empleadores, daba como referencia el haber aprendido el oficio junto a su padre, en un intento por borrar de su antecedente laboral, aquel conflictivo episodio que hasta donde pueda, él no ha de revelar por su exagerado temor a una imaginada persecución de la Policía de Territorio, a los manifestantes prófugos de aquellas violentas jornadas.El joven Ferrandís recién empezaba a tener contacto con el lado más oscuro de lo que cuesta ser inmigrante y un humilde trabajador en nuestro querido país, sin imaginar, siquiera, la crudeza de otros cuadros aún por ver, descubrir, en esa galería que no es otra sino el transcurso de la vida misma.Situaciones como esa, en que fue víctima durante los días del brutal ataque contra ellos, sencillos obreros luchando por sus derechos, agregaron en él un oculto rencor que, sumado a la secuela de otras duras experiencias de vida, más una marcada tendencia a la bebida, acabarían formando en él, a futuro, un carácter hosco y agresivo.
(Continuará)